Usualmente,
se atribuyó la “posesión de las hadas” a desdichadas víctimas
como niñas nacidas con deformidades físicas o retrasos mentales de gran
calibre. Durante el sigloXX comenzaron a menguar las noticias periodísticas acerca
de las muertes o raptos atribuidos a las hadas.
El
último “encuentro con las hadas o duendes” informado a la
sociedad británica tuvo lugar en la tranquila campiña de Yorkshire, en 1917, cuando Elsie Wright (de dieciséis
años) y Francisca Griffith (su prima de diez años) tuvieron la idea de sacar fotografias de hadas en un huerto de Cottiugley. En esas fotos se veían
varios duendes jugando.
La madre de
Elsie envió las fotos a Eduardo Gardner, líder de la Sociedad Teosófica
británica. A este grupo asistía en famoso escritor Arthur Conan Doyle, el creador de las historias detectivescas de Sherlock Holmes.
Incluso
cuando las fotos eran poco convincentes, profesionales de aquella época
encontraron detalles difíciles de justificar empíricamente. Esta anécdota
alimentó la literatura de Conan Doyle, que causó una sensación absoluta.
De esta manera, el furor por el Reino de las Hadas se extendió hacia el siglo XX.
Sólo cuando
Elsie y Francisca fueron señoras de mayor de edad, cerca del año 1980,
admitieron que los duendes de Cottingley eran en realidad
personas de pequeña estatura: se trataba de niños mendigos. Pero muy pocos
creyeron estas confidencias, realizadas en el lecho de muerte de las damas.
El incidente
de Cottingley revivió la fe en duendes y hadas, que desembocó en la
“Edad Dorada” del arte visual y la literatura sobre estas criaturas feéricas.
No exenta de
ironía, comentó Elsie antes de morir que las fotografías -que serían la prueba
más fehaciente de la existencia de los duendes- impiden en realidad observar
con claridad el tamaño y la estatura de los mismos… Y que ahí estuvo el truco.